Café, los mil y un sabores del mundo
La cereza del café sabe que es un fruto tropical. Pero ¿sabe ella si es arábica o robusta, fruta de montaña o de las llanuras, si maduró bajo un mango o una papaya, salvaje en un bosque, en la penumbra de una ladera norte o a la solana? Son decenas de variedades pero ¿sabe una pacamara de su prima maragogype, conocen ellas de la lujuriosa geisha? ¿O sueña la typica con la salvaje sidamo? Si pudieran contarse unas a otras su historia, sería una historia única y personal desde su esquina del mundo hasta la taza. Un fruto, una historia, un perfil de sabor. Todas diferentes.
Y todas bien cuidadas y tostadas con destreza, tienen su encanto ¿Sabe ella, la que sea, todas, que llegará a convertirse en ese «oscuro objeto del deseo»?
Ellas, todas, desean ser cultivadas con sabiduría, recolectadas en su plena maduración y mimadas en todos los procesos evitando descuidos y dramas. Ellas saben que alimentan esperanzas y temores. Saben que salvarán inesperados contratiempos climatológicos y logísticos hasta lograr convertirse en granos verdes de café, secos y sanos, listos para emprender un largo viaje. Con suerte, en su destino serán tostados con maestría y llegarán plenos de sabrosos aromas a la última casilla: nosotros haciéndonos un cafelito.
¿Y saben ellas que de nuestro buen hacer o no tanto depende que se conviertan en un café rico, amargo, ácido o birrioso?
Es fascinante que si todo se hizo bien, al final dependa de nuestras manos y unos poquillos de conocimientos infusionando que puedan graduarse cum laude y abrazarnos con los sabores del mundo.